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El Poeta Habla de las Cosas Sencillas

He amado las cosas sencillas:
el pan y la hormiga, el insecto
en la brizna de hierba dorada,
la luz en la calle del pueblo,
la cabra que muerde a la orilla
del arroyo y los sauces, el cielo.
El labriego que ha visto en mis ojos
levantarse la sombra del tiempo
y que intuye tal vez que la muerte
es la luz que prepara otro vuelo.

He amado la casa olvidada
donde nace de noche un lucero,
en el hilo de tejas oscuras
-hoy ya grises de muerte y silencio-
donde anduvo la voz de mi madre
entre azules violetas y fuego
y su mano se abrió sobre el lino
o subió como el ala de un ruego.

He amado las cosas sencillas:
Esta calle, esta piedra, este pueblo.
este pozo con nubes lejanas,
este sauce que brilla en el viento;
este pez -que cogimos un dia
con mi padre- que saltó del cielo
a morir sobre arenas doradas,
enredado en la cuerda de un sueño.

Esta tarde me voy por el monte
a buscar los caminos pequeños.
Tal vez venga la noche bajando
-pie descalzo por este sendero-
a traerle –jazmín que se escapa-
de regalo un conejo a mi perro.

La Mañana del Héroe

Inclinado hacia el rostro
magro del soñador,
habló el maestro.
Y cuando la palabra
-punta de estrella-
perforó la orilla
del bosque azul,
incorporóse el héroe
La mañana era sobre París
polvo de oro, ala y cristal
entre las hojas nuevas.
De repente Simón Bolívar
regresó a la vida
y se nos fue cantando
por el mundo,
con su capa, sus botas
y su estrella
tras Don Simón Rodríguez.

Alabanza del Pan

Este es el pan que con mi mano
puse en la mesa de mi casa,
blanco por dentro como nieve
y la corteza bien dorada.

Este es el pan que fue amasado
en el naciente horno del alba,
cuando la luz en el rocío
cobró la forma de una lágrima
y un ruiseñor se despedía
de las estrellas, en la rama
de la encina. Cuando la lluvia
por los collados caminaba.

Este es el pan que me alimenta
y por mis venas desbordadas
al corazón me lleva el ritmo
de las praderas y del agua.

Este es el trigo cuyos granos
tienen la sombra de mis ramas,
tienen la cal, tienen el sueño
de aquellas manos adoradas
-manos tejidas para siempre
con delgadas raíces, ávidas
de ver la luz y un libro abierto,
abierto al claro de mi lámpara-.

Este el trigo de los muertos
y este es el trigo de mi alma;
este es el tiempo, que camina
por mis venas apresuradas
hacia las venas de mi hija,
hacia sus risas y sus lágrimas,
hacia sus manos y cuadernos
y hacia la rosa soterrada
de su pequeño corazón
en donde brilla el gran misterio
de mi ceniza iluminada.

Este es el trigo de mi muerte
y de mis últimas palabras.
Este es el trigo de mis pies
y el alimento de mi nada.
Cuando la noche me derrumbe
-puerta serena y estrellada-
este mi trigo será un leve
estremecimiento de alas.

Yo Nací en una Aldea

Yo nací en una aldea de menudos senderos,
de pulidos collados y de claros riachuelos.
Tan grácil y tan tímida se ocultaba en la noche…
Doncella…Iba descalza por un césped de flores.
La luna tras la torre y murmurantes árboles
se asomaba al poblado. Y era un frío diamante
la noche apaciguada…..¿y después? en el sueño,
entre las hojas negras nos murmuraba el viento
no sé qué vagas músicas y amorosos acentos.

Cuando aullaban los perros, los niños asustados
en la sombra profunda el por qué preguntábamos.
El aire tiritaba en estrellas y frondas
y dejaba sus lágrimas en las últimas rosas.

El Puracé teñía toda el alba de humo?.
Sus cenizas bajaban desde el cielo profundo
a bautizar la frente de los lirios morados.

Yo nací en una aldea, tan pequeña y tan blanca,
que cabe en la dulzura salina de una lágrima.
Yo nací en una aldea donde el tiempo era quieto
y doraba naranjos como si fuese un sueño.

Y vi llegar la muerte tan pacíficamente
que la muerte en mi aldea nunca fuera la muerte.
Yo nací en una aldea donde nació mi madre
y por primera vez se recogió la tarde
en la dorada brasa de un celaje remoto
al volver con mis libros de niño silencioso.

Y allí por vez primera en la noche estrellada
pensé que tú existías sobre la tierra, amada.