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El primer siglo de Maruja Vieira

La celebrada poeta manizalita cumple cien años como una de las grandes escritoras latinoamericanas y como precursora del feminismo.

ElUnicornio.co/cultura
28 abril, 2022
Por: Carlos Mauricio Vega
@karmavega22

La conocí hace cuarenta años, cuando frisaba en los 60 y estaba en la cumbre de su talento y de su poder. Para entonces hacía mucho tiempo que se había apropiado de la palabra poética y era pionera del feminismo y expresión de la femineidad, entendida esta como manifestación de autonomía y no de falsas dulzuras. Ella es, cómo no, precursora de esta modernidad donde es imprescindible callarse y cederle la palabra a la mujer, que ha permanecido enmudecida, por no decir amordazada, durante los últimos diez mil años.

Maruja se tomó esa palabra por asalto cuando las mujeres colombianas se veían mejor calladitas, y solo podían brillar al lado de sus parejas. Con algunas raras excepciones como sus contemporáneas las escritoras Elisa Mújica y Dora Castellanos o la prematuramente desaparecida fotógrafa y pintora Carolina Cárdenas.

Era por entonces una mujer tan enérgica como bella. Lo sigue siendo ahora, cuando arriba al siglo de existencia. Estuvo acostumbrada desde muy joven a lidiar con hombres, sola en un mundo de poder masculino. Las mujeres no sólo no podían votar sino que la vergonzosa constitución del 86, diseñada desde el Vaticano y acatada en El Cabrero, las había reducido a poco más que semovientes. Los maridos (y los jefes, y los soldados, y los intelectuales) tenían la potestad de mandar y castigar a las mujeres hasta físicamente. Era además un país en donde las oportunidades educativas para todo el mundo, pero sobre todo para las mujeres, estuvieron reducidas prácticamente a cero hasta bien entrados los años 50, cuando Maruja ya tenía más de 30 años.

Sin más pergaminos que sus apellidos Viera White y sin un peso en el bolsillo, Maruja se hizo a sí misma durante esa época primigenia, cuando no se llamaba Maruja sino tan solo María. Tenía el honor y la desgracia de ser hermana del fundador y presidente vitalicio del Partido Comunista colombiano, Gilberto Vieira White. En esa lejana época de cavernas católicas eso constituía (al igual que ahora), severo riesgo. Pero Maruja no tenía preferencias políticas salvo las de la preservación de las libertades democráticas y el albedrío de opinión y de expresión, y desde ellas levantó la voz de su periodismo, de su vocación de maestra y sobre todo la de su poesía.

Estaban aún por llegar los días surrealistas de 1943 cuando el poeta Pablo Neruda (ese otro machista) habría de visitar a Bogotá y en el curso de una tertulia literaria, luego de escuchar uno de los textos de la joven poeta le dijo “eres excelente, pero como María no llegarás a ninguna parte. En adelante te llamarás Maruja”. Y así, con esa combinación de vocales que riman con bruja y con cartuja, Maruja se labró un nombre en la literatura latinoamericana, un nombre que prueba que la consistencia, la constancia y la disciplina son tan o más importantes que el talento. Un nombre que representa sobre todo la consolidación del poder femenino en el ars poético, consolidación que en Maruja se produjo mucho antes que los movimientos feministas y las voces por la equidad y la igualdad de género se levantaran en el continente y en el mundo entero.

Bruja y cartuja riman con Maruja, y lo hacen porque Maruja concita el poder y la sabiduría de las demonizadas brujas de antaño. Y para lograr esa sabiduría trabajó durante más de ochenta años con la disciplina y la soledad propia de las cartujas o abadías también de antaño. Además, pocos son los intelectuales a quienes les es dado producir, por la fuerza de su talento y por su salud, más allá de los ochenta años. Maruja produjo poemas sueltos, trabajó en sus antologías y escribió un par de libros transparentes y livianos más allá de sus noventa. En ello imita a su pariente político y colega el maestro Germán Arciniegas, que murió de 99 años y terminó su último artículo periodístico el día anterior a su entierro.

En el curso de estos cien años Maruja produjo una marea de trece libros de poemas y uno de ensayos, participó en nueve antologías y se ganó, además de un premio de Vida y Obra, la vida como relacionista pública, publicista, periodista, profesora y vendedora ambulante de enciclopedias, al igual que García Márquez. Nunca tuvo fortuna, salvo su inolvidable apartamento de la calle 48 en Bogotá, un clásico de la arquitectura de los años 50 que tenía su gran biblioteca separada del comedor por un par de puertas acristaladas que daban paso al mundo encantado de su enorme estudio. En él habitaban tres o cuatro obras de arte importantes y una colonia de cinco mil libros que poco a poco se desbordó por pasillos y alcobas y que hoy reposa en el fondo bibliográfico Maruja Viera White de la Universidad de Manizales.

Sin otras posesiones mundanas, Maruja gozó sin límites de su mayor bien, que es el poder de síntesis, y de su particular visión del mundo que la circunda: una mezcla de olfato periodístico y profunda sensibilidad estética. Esta mezcla la condujo a que muchos de sus poemas, sobre todo los de los últimos veinte o treinta años, fueran coyunturales. Aluden a catástrofes humanas, acontecimientos históricos, mareas políticas y paradojas humanas: un espejo de la naturaleza contradictoria de la especie.

Otra parte de su producción es cotidiana, prosaica y sencilla: es decir, poética. Habla de los gatos, del clima, de los amigos, de los sentimientos, de las cosas que nos rodean. Son pequeñas esculturas de palabras, fotografías que fijan el paso del tiempo compuesto de naderías que acostumbramos no ver y que en los versos de Maruja se vuelven trascendentes y muchas veces inducen a reflexiones explosivas como si fueran aforismos de Cioran.

Su poesía, compuesta de misivas a la memoria de las gentes que amó y que ahora comienzan a desaparecer en el olvido, se apoya también en las noticias de guerras o tragedias que desfilan bajo sus ojos de periodista. Se convierte en una declaración de fe en medio de la debacle. Esto se expresa como un acto de responsabilidad estética con la humanidad; y sabido es que la ética es la estética.

Es difícil, muy difícil, escribir sencillo y terso, suave, como para que las palabras se deslicen como agua ante los ojos de los lectores, en una conversación que parece cotidiana. Para ello es necesario desbrozar mucho, tachar y tachar, y apoyarse en la economía de las palabras para que quede sólo lo esencial. Se diría que en el caso de Maruja, como en el de muchos otros grandes escritores, se ve sólo la punta del iceberg: el 90 % del esfuerzo queda por debajo de la línea de flotación. Se han producido muchas acotaciones críticas de voces más autorizadas que las de este simple cronista y lector suyo. No faltarán ahora, en sus cien años. las comparaciones con Luis Cernuda, las citas para demostrar la influencia en Maruja de los Trece Panidas de Medellín encabezados por Leo Le Gris, la obvia sombra en su obra de García Lorca y de la Generación del 27, y las no tan obvias sombras de Rafael Alberti, de Mistral, de Matilde Espinosa. Pero pocos hablarán del amor, de su amor único y verdadero, el de otro poeta, José María Vivas Balcázar.

Por eso la otra parte de su poesía, la más importante, es de amor: versa sobre la catarsis y la trasmutación de dos personas en palabras. Ella es esa persona que perdió a su único esposo hace ya sesenta años, luego de un breve matrimonio y un largo noviazgo.

Para los estándares de entonces, Maruja se casó ya mayor, casi de 40 años, en 1961. Sobre esos estándares escribió un divertido ensayo que publicó en el Magazín Dominical de El Espectador en 1954, titulado “¿Cuándo te casas” (https://marujavieira.com/obra/periodismo/cronicas ). Allí, entre timidez y arrojo Maruja desbarata esos estándares a cañonazos envueltos en sonrisas. Se deduce de ese texto que la mujer no necesita quien la represente para hacerse valer, y menos “adquirir estado”. Ideas novedosas, para la época. Recordemos que para entonces estábamos en plena dictadura, en pleno macartismo, en plena Violencia y en pleno catolicismo.

“Hasta ahora no hemos podido conseguir una variación de las leyes sociales, que nos permita a las mujeres sacar pareja en los bailes, o proponer matrimonio. De modo que por eso y nada más que por eso frecuento poco los bailes y no me he casado. O sea que no me agrada que me saque a bailar un hombre que no me gusta. Y no me he casado porque alguien que me gusta no me lo ha propuesto”, escribió entonces Maruja.

En un comentario editorial anónimo, atribuido por Jacques Gilard a García Márquez e incluido en su recopilación de textos periodísticos de el Nobel titulada “Entre Cachacos”, El Espectador glosó el ensayo de Maruja sobre el matrimonio un par de días después, en los siguientes términos:

“LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE MARUJA. La escritora Maruja Vieira, primero por ser mujer, después por ser excepcionalmente atractiva y después por ser escritora -pero antes que todo por ser soltera-, ha debido sortear esa pregunta en numerosas ocasiones, y lo ha hecho con tanta gracia y habilidad que después de leer su artículo en el último número de Dominical sería por lo menos una tontería preguntarle a Maruja Vieira cuándo se casa. En ese artículo están dadas todas sus respuestas. Las respuestas de ella como mujer soltera y atractiva. Pero no todas las de la escritora -la excelente poetisa-, pues para haberlas dado sería preciso que Maruja Vieira hubiera tenido en cuenta el punto de vista de los hombres que todavía no se han casado con escritoras de prestigio. Cualquier hombre soltero, de esos que todavía creen ingenuamente en la fórmula convencional de que es el hombre quien manda en su casa porque se lo han oído decir a los gallos, sentiría por lo menos un incómodo escozor espiritual frente a la comprometedora posibilidad de casarse con una escritora. Es la amenaza de perder para siempre la importancia de llamarse Ernesto, por ejemplo, para convertirse sacramentalmente en algo tan honorable pero al mismo tiempo tan impersonal y abstracto como “el esposo de Gabriela Mistral”, también, por ejemplo, casarse con una escritora de prestigio -piensan tontamente los hombres solteros- es sin duda un honor, pero un honor demasiado estrepitoso y apabullante para quienes consideran que ya es suficiente peligro para sus complejos el hecho de casarse con alguien que sepa mejor que ellos cómo se remiendan las medias”.

Por su desfachatez, por parafrasear a Wilde y por su tono, es evidente que la nota fue escrita por García Márquez, quien en esa época formaba parte de la redacción del diario en el mezanine del curvo edificio Monserrate sobre la calle 13 de Bogotá. Sin embargo, creo que se dio un tiro en el pie. En primer lugar, por el orden de las categorías (por escritora, por mujer y por bella, debería haber sido el orden políticamente correcto), y en segundo lugar por el complejo del escritor famoso que no aguanta sombras y que parece asomar sus orejas en la desafortunada alusión al inexistente esposo de Gabriela Mistral, con la que ofendía a todo el mundo, pero sobre todo a la misma Gabriela, a quien le faltaban un par de años para morir y que jamás quiso casarse ni revelar la identidad del padre de su hijo Juan Miguel.

“Llevo tres semanas en Caracas y nadie me ha preguntado cuándo me caso. Hace pues, tres semanas, hermosas semanas en que no me siento un problema social, que hay que resolver de cualquier manera”, concluye Maruja en su escrito de 1954.

Le faltaban un par de años para conocer por correspondencia a quien sería su novio de tres años y su esposo de nueve meses, ese poeta caucano, terrígeno y sencillo, que cultivaba unos versos parecidos a los suyos y quien no temió unirse al poderoso talento de Maruja siendo él mismo un muy buen poeta. Algo de su obra se puede ver en este enlace ( https://marujavieira.com/vida/jose-maria-vivas-balcazar/poesia-de-jose-maria-vivas-balcazar). Sin embargo, lo que importa aquí es la paradoja del destino. El hombre falleció de un infarto fulminante nueve meses después del matrimonio, tres meses antes de que su hija Anamercedes viera la luz y muy poco tiempo después de haber publicado estos versos sobre las cosas sencillas:

El labriego que ha visto en mis ojos
levantarse la sombra del tiempo
y que intuye tal vez que la muerte
es la luz que prepara otro vuelo.

Andando el tiempo. Anamercedes, su hija póstuma, se convertiría en madre de su madre y nos la traería hasta aquí, a su centenario. Y a partir de entonces y durante los siguientes sesenta años la poesía de Maruja aparece en clave de soledad y evocación, como en este ejemplo de 2010.

Cuando cierro los ojos vienes
del país de la muerte.
Llegas
a la orilla del río del tiempo.
El agua nos aparta siempre.
No hay puentes.
¡Cómo tarda en llegar el barquero!